20 años de Katrina

17.09.2025

Al cumplirse el vigésimo aniversario del paso del huracán Katrina sobre Nueva Orleans (EE. UU.), muchos portales de noticias, canales de televisión y plataformas digitales lanzaron documentales de diverso enfoque e impacto, que retratan con crudeza la magnitud del suceso. Estas producciones, recomendables tanto por su valor visual como por la mirada social con que están abordadas, refuerzan la necesidad de aprender de los errores y de sostener una perspectiva preventiva frente a los desafíos climáticos que siguen en aumento.

El 29 de agosto de 2005, Katrina impactó la costa de Luisiana como tormenta de categoría 3. Sin embargo, lo que devastó a Nueva Orleans no fueron únicamente los vientos ni la lluvia, sino una cadena de fallos técnicos y decisiones políticas que transformaron un fenómeno natural en una de las peores catástrofes de ingeniería de Estados Unidos.

El colapso de los diques construidos por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos (USACE) dejó al descubierto advertencias ya conocidas e ignoradas: obras antiguas con vida útil superada, proyectos nuevos postergados o inconclusos, sistemas que habían mostrado sus límites en eventos previos y estudios predictivos que anticipaban un escenario caótico ante tormentas de mayor magnitud.

El balance fue lapidario: más de la mitad de las inundaciones que cubrieron la ciudad se originaron en estas fallas, que habían sido señaladas previamente por especialistas. El resultado fue catastrófico: 1.392 víctimas fatales y pérdidas superiores a 125 mil millones de dólares.

A la fragilidad estructural se sumó la descoordinación política. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) demoró la distribución de insumos básicos y brindó una respuesta tardía e ineficaz. Entre el gobierno estatal y la ciudad se especulaba políticamente con la evacuación masiva, mientras que en los hechos quedó en evidencia la ausencia de un plan realista.

Como ocurre habitualmente, los sectores más pobres y vulnerables (ubicados en zonas bajas y de menor valor inmobiliario) sufrieron de manera desproporcionada las pérdidas humanas y materiales, mientras que las áreas más altas y turísticas resistieron con menor impacto. Katrina no solo expuso las limitaciones técnicas del sistema de defensa contra inundaciones, sino también las inequidades estructurales de la sociedad.

Obra pública como única solución

Tras la tragedia, Estados Unidos invirtió 14.500 millones de dólares en un nuevo sistema de diques y defensas costeras. Las obras incluyeron muros de hormigón más robustos, nuevas compuertas móviles para controlar el ingreso del agua y mejora de estaciones de bombeo. Estas intervenciones, demostraron su eficacia durante el paso del huracán Ida en 2021: la ciudad permaneció protegida y las inundaciones sucedieron dentro de los parámetros esperables, lo que permitió a los funcionarios manejar la situación.

Este tipo de sucesos extremos permite establecer paralelismos con nuestras propias ciudades, que con frecuencia enfrentan fenómenos naturales como sismos o inundaciones. Bahía Blanca es un caso cercano y emblemático, con grandes similitudes: en marzo de este año, lluvias intensas anegaron gran parte de la ciudad y provocaron un colapso social y sanitario, además de pérdidas humanas. Todo ello ocurrió sobre una infraestructura deficiente, pese a que numerosos estudios ya advertían que un evento de estas características era esperable.

La lección es clara: los fenómenos naturales no pueden evitarse, pero sí es posible impedir que se conviertan en desastres. En Argentina, las obras de infraestructura suelen ser parciales y quedar sujetas a discontinuidades políticas, lo que perpetúa la vulnerabilidad. Más grave aún, en muchos ámbitos todavía se debate la necesidad misma de la obra pública y el rol esencial del Estado en la protección de la población.

La verdadera clave está en la planificación, en la inversión sostenida en infraestructura crítica y en políticas públicas que prioricen la prevención a través de la ingeniería como herramienta social para proteger a nuestra población. Ignorar estos factores conduce, una y otra vez, a pérdidas humanas y materiales. Invertir en prevención siempre resulta más económico, más justo y más humano que reconstruir después del desastre.